miércoles, 13 de mayo de 2009

Algo pasa.

No quiero ser insidiosa, ni iniciar una revuelta social —el sábado, si de rectitud se trata, quise viajar en avión y pararme en corrientes y nueve de julio jugando a ser una conferenciante, todo por culpa de un muchacho que estaba tirado en el pasto observando el cielo y un vestido de rosa chicle, estrepitosamente horrendo. Y los carteles luminosos e imbéciles, la capucha sucia y el codo izquierdo flexionado sobre la frente, no es para menos. además los bocinazos iban a cubrir mi alocución, improvisada y no llevaba los documentos, no quiero repoblar un pánico incontrolable ni desarticular en exageraciones, pero es cierto que sucede algo a lo que contribuimos casi íntegramente, pasándolo inadvertido como se hojea una cosmopolitan. Vi una paloma deteriorada contra una de esas baldozas con canaletas, plana como un papel —papel reciclado con varias capas, engrudo y plumas. un perro acodado al lado de un árbol, en la esquina de Directorio —o cualquier otra avenida— con los ojos de bolita de patio de escuela abiertos y fijos —como los retratos de jesús, me llenan de un terror incontrolable porque cosifica, y uno no tiene dónde ocultarse porque la mirada (aún debajo de la mesa)—, un corte horizontal en el estómago y una mezcla antipática de órganos impúdicamente expuestos, las orejas erguidas oyendo los suspiros de repulsión y las exclamaciones cortadas de raíz. todo eso.el sábado los patos se atacaban y alejaban a las palomas con sonidos guturales y aleteos frenéticos, se tiraban uno encima del otro con los picos largos, por primera vez vi sus patas y eran terribles, gelatina de carne con puntos infinitos de un color que se opaca cuando se apoyan con más presión. Francisco vio que pisaban a un gato, me lo contó hoy sin darle importancia, enseguida se puso a hablar o de listas frías de llamadas telefónicas (se le puede decir guía y punto, vamos) o de cinta de pegar.los animales se murieron siempre pero nunca tan así, en el medio de la calle, estorbando a los peatones, sin reparar en los buenos modales. siempre está, claro, el basurero que de noche recoge al perrito y lo tira sin más, de la paloma puedo decir que permaneció un lapso mayor, quizá sigue ahí en este momento.pero está, por sobre todo, el conejo rojo de plástico que supera en varios centímetros mi altura —aunque yo no sea buen parámetro— y esperaba parado todas las mañanas y todos los mediodías con el brillo de su piel ficticia y nada mullida. después terminó en el piso, recostado, y no fue por decisión propia. se lo comenzó a comer la chatarra y ahora sólo quedan las sillas destartaladas, los cajones, las chapas. y, al lado, el desarmadero de autos. Pero algo está pasando, de veras.

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