lunes, 11 de mayo de 2009

Composición Atmosférica De Las Notas Musicales.



Ring.
¿El timbre?. ¿Mi cabeza?. El timbre.
- Hola.
No respondo. Sonrío pero no quiero. No puedo. Me duele la cara, las facciones, los poros. Me duele absolutamente todo. No puedo.

- ¿Café?
Y lo hago. No espero la respuesta. No llega tampoco, o no la escucho.

- ¿Hace cuánto no salís de acá?
- Una semana, un mes, un año. No sé ni en que fecha estamos. No entiendo. ¿El Mundo sigue girando allá afuera?
- Si. Y no se esta mucho mejor que acá dentro.

Mentira. Allá afuera hay un micro esperando para embestirme, un asesino esperando para dispararme, un jefe esperando para despedirme, una lluvia esperando para empaparme, un alguien esperando para romperme. No puedo enfrentarlos todavía, eso si.

- ¿Cómo estas?
- ¿En serio me estás preguntando?, ¿Cómo pretendes que me sienta?. Adiviná la respuesta. Me siento esquizofrénica, neurótica. Muerta.

- Nunca había visto un muerto. Maté dos pájaros de un tiro. ¿Qué tal?

Silencio.

- Perdón.
- Yo entiendo.

- ¿Entendés?!. ¿Qué es precisamente lo que entendés?, ¿Que estoy hablando como una retrasada bipolar? Porque, créeme, la forma en que me siento, no entendes. Una mierda entendes.

Silencio.

Silencio.

Siempre silencio. Un día como tantos y me siento entero, atemporal. Mio. De nadie más.

Silencio.

Estoy en casa.

Una octava, siete notas naturales y sus intervalos, una escala cromática, tu paradoja.

Invierno, y el rió congelado atascado en La Menor. Observas la ventana, el vidrio pierde una estúpida pelea contra la escarcha, una cuerda rota esgrime su figura, tiembla, se desarma. La nieve cae lenta al igual que un segundo movimiento, adagio de tu resonancia junto con un triste violín. Fin de la temporada y el allegro anuncia la muerte de blanca, escalas mayores, una escala más arriba.

Silencio otra vez.

Como un robot, sentándose frente a sus muros y cristianos de marfil, vinil y madera; no recordando el tiempo del movimiento, tocando moderatto como su gusto lo permitiese. Flotando en escalas melódicas, desplazamientos cromáticos, corriendo torpe entre un arpegio y su cuarta, quinta, séptima y novena hasta llegar al virtuosismo del desierto. La nada

Silencio

Mi Menor, tiempo intempestuoso o según tu humor, segundo tumor. Segundos, según las burbujas que salían de la taza de chocolate... un Presto suena más impetuoso. Y la alegoría marchita sus trémulas caricias a la hora del té. Es hora del té.

Silencio, y murmullo a lo bajo.

Duermes hasta el cantar del búho, quedándote entre el sofos y el logos, estado de gnosis y una escala más abajo, acordes modales.
Ahora, la hipnosis.

La cadencia se acelera.

Tiempo de reafinar, tu cuerda grave bajo a Re, no es para esta música, igual que la estación. El frió observa cauto. Observa, los objetos tienden a mermar y la rigidez encomienda el acecho de la lealtad, lealtad con la que el tiempo acompaña el compás del silencio.

Observas desde detrás del piano, allí no hay nada. Y las aves terminan su sinfonía de solo cuatro partes, tres movimientos, mayores y menores.

Y el silencio se pone de pie. Aplaude.

Olvida bajar dos escalas, tocar Vivace las notas cromáticas que dibujaban su cara; un Si Bemol Menor es apropiado pero su altanero, su estado solido y líquido. (estrecho mundo de cruces y velas impidiéndose a si mismo)

Y compuso la quinta estación.

El silencio ascendió a los feligreses, las savias de las maderas mas cercanas, vibraron, los yugos de cada pasajero canto como tirano de su ausencia, se elevo ridículo a festejar la carencia.

Bailaban los cerámicos y los haces de luz, las caries se pusieron en un dos por cuatro y tuvieron su momento.
Todo fue un momento, como cada momento que busca serlo todo.

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