miércoles, 31 de marzo de 2010

Melodías de Otoño

Efervescencia de las primeras fiebres, un calor se remueve y puja de adentro hacia fuera, las gotas de sudor resbalando congeladas a lo largo del cuerpo y para qué taparle la boca con paños mojados, nada se arregla así, de nada sirve el termómetro expirado sobre la mesa de luz.

Dos nubes como pájaros deambulan del otro lado de la ventana. De rojo, caperucita; pálido, ojeroso, el pelo hecho una fragosidad, la espalda finísima, evapora la voz, desglosando los labios, manos con dedos largos y uñas prolijas, pestañas arqueadas propiciando los ojos así no se escapan —ilusas, tontas, como si pudiesen retener esa mirada esquiva—, las cejas cortas, y andá vos a decirle no a esa sonrisa hipócrita, a estremecer la mano cuando sin darse cuenta se trepa de un salto, comprimiendo un poco, rasguñando sin querer.

Parece simple, de afuera el lago no es tan recóndito ni la pena tan larga, pero desde ahí la respiración desasosegada en entrega periódica cada cinco segundos, ese aire tenue con aroma a café hercúleo no puede siquiera imaginarse. Ni hablar del cosquilleo delicado, oírlo hablar o ver la boca cuando se tuerce almibarada
, la pera sostenida sobre palmas abiertas acercándose pausadamente, cálido hasta el hartazgo pero, joder, cada vez más cerca y vaya que se nota la disimilitud. Ojos deslizándose, por la línea del cuello, continuando la ruta del pelo, la electricidad de la impaciencia.

Toda esta montaña de tiempo para despilfarrar entre sábanas desacomodadas y las bromas que no comprendo. La luz roja alumbrada pigmentaba el cuarto de incendio, riendo colgada de su espalda, el aliento sobre el cuello como exhalación seguido por los dientes descuartizando impetuoso los muslos, rodillas, hombros, mientras la saliva embadurnaba entibiada y densificada, rueda hasta el pecho, la escalera a un lado de la habitación y las paredes intactas porque , al fin y al cabo, tiene cuidado y se desinfla de a poco pero sin hacer enchastre.

Después son más nubes coaguladas y un darse cuenta sin presteza y sin apacibilidad que se ha ido remotamente lejos en ese asunto de desatrancar abismos. Un rejunte de piernas diseminadas, labios hechos partículas oscilando de algo más que frío, y lo poco que importa que no haya nadie para aclimatar ese cataclismo de mimbre roto y deshilachado. El único modo, excesivo pero inexcusable, finalizar en blanco para ir llenándose de a poco, proporcionar así la próxima podría cauterizar más rápido —siempre la próxima, el pervinox y las vendas—, así es el juego, no hay circunvalación de tuerca que sirva, nada de demandas ni frases a media voz. Al fin y al cabo a ella le agrada tanto ese despoje inadmisible por la inconmovible atmósfera de sombras, lo efímero y oscuro, romper la improductividad, de la vida consuetudinaria en pedazos aunque estos sean incisivos y se desplomen de lleno debajo de su puño obstruido.

Cuando el día se destile por los pliegues de las cortinas y comiences a dar vueltas en la cama como larva anhelante, caer de boca al piso, descubrir a la sangre atrayente al comienzo y ácida después. Vas a congregar tus ropas, partiendo apresurada con la consternación en el pelo largo sin peinar, antes de cerrar la puerta vas a restregarte los ojos en una última tentativa de negar que esa vacuidad sea el estar desvelado y no ya el desasosiego. Por respeto, quizá por cierta pose demasiado majestuoso ante la pesadumbre de cara al recuerdo estéril, te ahorrarás los rugidos, inundando la sala con tu omisión, sepulcral. Será peor no hacer sonidos, poder percibirlos claros mientras descubrís que nada me queda por decir, todo lo habrás descifrado al verme acariciando tu anatomía sólo con los ojos. Será la hora en que se desprendan los biombos del espejo y los roles girarán nuevamente a donde fueron estipulados en un comienzo. De ese modo sabrás que no sirve, de tan simple, de tan ahí al disipar la mano pierde el valor, y vas a extinguirte llevándote entrelazado en el brazo el suero, con las primeras luces del alba, dejándome en este cuarto de hospital, con ese vacío incómodo atravesado en la garganta.

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